Comentario
Un edificio del tipo de Santa Sofía se acomodaba perfectamente al desarrollo de una liturgia que reunía a los principales actores en el escenario de la nave central: el clero, encabezado por el patriarca y el emperador, acompañado de su corte. Las naves laterales y tribunas estaban asignadas a los fieles, las mujeres a un lado y los hombres a otro; y aunque en los momentos culminantes de la celebración o en los subsiguiente, los fieles interrumpieran en la nave, el principio de separación se mantuvo inviolado.
Los dos poderes entraban juntos en la iglesia, durante la Entrada Menor, para ocupar sus puestos correspondientes, el patriarca y el clero en el santuario, el emperador y la corte en el recinto imperial, en la nave de la Epístola. Una segunda procesión se convirtió en uno de los momentos fundamentales de la Misa; se trataba de la Entrada Mayor, cuando las especies de la Eucaristía eran trasladadas por la clerecía desde la prótesis hasta el altar; de nuevo el patriarca era acompañado por el emperador, el único laico al que se permitía la entrada en el santuario. Una vez celebrado el sacrificio, el primero salía del santuario de nuevo para reunirse con el emperador e intercambiar el Beso de la Paz y, un poco más tarde, administrarle la comunión.
El encuentro de las dos mitades de Dios bajo la gran cúpula de Santa Sofía, se convertía así en un símbolo de su unión. Jerarquía eclesiástica y jerarquía laica quedaban impregnadas de la luz que emanaba del centro del cielo y que se derramaba sobre los ángeles, el patriarca, el clero y el emperador.
La cúpula, con sus cuarenta ventanas que representaban la integritas saeculorum, a la vez que simbolizaba el cielo, se transformaba en el lugar de paso entre la eternidad cósmica donde reina Dios y el período de tiempo desde que el mundo fue creado: era el lugar por excelencia de la Encarnación, de la inscripción en el tiempo del Dios eterno y omnisciente, que ordena, por su poder de Pantocrátor, sobre la totalidad del tiempo. Todo dimana de la cúpula. El pueblo llano, en las naves laterales y en las tribunas, permanecía escondido en la penumbra. Sólo desde lejos se le permitía contemplar la luz, los colores y la gloia que brotaban del centro, sitial del Señor. De este modo, la creación puramente material del edificio está dotada de una significación más profunda. [Representa un universo espiritual. Es lo que le confiere su importancia simbólica.La Misa, por su parte, era "el reflejo de una misa ininterrumpida que los ángeles celebran en el cielo". Es precisamente la presencia de lo invisible lo que la Iglesia bizantina quiso expresar por medio del esplendor de sus ritos y la suntuosidad de su aparato, hoy factible de reconstrucción en nuestra imaginación.
Tal vez nos ayude en este propósito, el legendario relato de la "elección de fe" de Vladimiro, el gran príncipe de Kiev. Para saber qué religión era la mejor, Vladimiro envió emisarios a las sedes de musulmanes, judíos, latinos y griegos. Llegados a Constantinopla, fueron conducidos a Santa Sofía en un día de fiesta y allí, bajo los mosaicos centelleantes y entre las nubes de incienso y los fulgores de los cirios, los deslumbrados boyardos creyeron ver a jóvenes alados que flotaban en el aire y cantaban el trisagio: "Santo, santo, santo es el Eterno. Al ser informados de que en la iglesia los propios ángeles descienden del cielo para celebrar los oficios con los sacerdotes" declararon a Vladimiro: "No sabíamos si nos hallábamos en el cielo o en la tierra, ya que en la tierra no se encuentra belleza semejante. Tampoco sabemos qué decir, pero estamos seguros de una cosa: allí Dios mora con los hombres".
Santa Sofía fue excepcional y no hubo intentos de copiarla. Las otras grandes iglesias de Justiniano siguieron esquemas casi convencionales. La iglesia de Santa Irene de Constantinopla, puede definirse como una basílica con cúpula que sería reorganizada el año 740. La restaurada iglesia de los Santos Apóstoles era cruciforme, como si estuviera formada por dos basílicas cruzadas en ángulo recto, con una cúpula sobre el crucero y otras cúpulas menores sobre las cuatro extremidades. Hoy la conocemos, únicamente, por una somera descripción de Procopio, por los ecos que tuvo, desde San Juan de Efeso a San Marcos de Venecia, y por representaciones de manuscritos posteriores.